/ lunes 21 de mayo de 2018

Un desafío a la seguridad de la nación está en lo que somos como mexicanos – Jorge A. Lumbreras Castro

Patria, himno, bandera, historia común, nación, y diversidad de culturas, tradiciones, valores y lenguas son grandes basamentos de lo mexicano. Lo mexicano no es un todo monolítico y tampoco una sola versión de la realidad, quizá lo que distingue a la nación mexicana sea que personas con las más diversas características étnicas, lingüísticas, gastronómicas, económicas, sociales e incluso políticas, se asuman desde su propia representación como parte de una voz o si se quiere de un concepto que a la vez es símbolo, esto es, como mexicanos.  

El proyecto educativo que se edificó desde la década de los años treinta del siglo XX está en la base de nuestra representación como mexicanos, es decir, el proyecto educativo es nacional precisamente como forma a las nuevas generaciones como algo más grande, rico, diverso y magnífico que es la nación mexicana en su diversidad, tal es el legado de la cultura nacional que ha sido capaz de arropar a las más diversas manifestaciones del arte, la cultura, las tradiciones, las fiestas y los calendarios que conviven en México.

Este proceso de construcción del nosotros nacional no está exento de contradicciones, subordinaciones y franca marginación a determinadas culturas, incluso hemos sido testigos de algunas proclamas xenófobas y  hasta antisemitas, que sin embargo, se han diluido, aunque no por azar; nuestra creencia en el mestizaje supuso costos culturales, de incorporación y asimilación de nuestras diversidades no mestizas, sincréticas sí, mestizas no, al menos no en el sentido biologista como varias veces se llegó a plantear el tema. Pasamos de tendencias sobre nuestros orígenes de preservar los mundos indígenas hacia la expresión cambiante de esos mundos más allá de pensar en la asimilación. Hoy sabemos que las rutas de la convivencia en una sola nación ni pasan por crear museos de sitio con personas reales, ni tampoco por la asimilación forzosa.

En la historia reciente hemos vivido por decir así decirlo oleadas de representaciones en México y América Latina; se trata de distintas formas de autonombrarnos o de nombrarnos, a veces indoamericanos, otras iberoamericanos, otras más panamericanos, otras tantas americanos, y otras veces, aunque menos, norteamericanos.

México tiene agendas culturales pendientes, rutas de trabajo para la creación y recreación de la nación, así como movimientos sociales que claman por su propia definición, derechos y reconocimiento en el todo colectivo; se trata de graves deudas que debemos resolver para reconocernos en y desde los otros, y para abrir mayores espacios a nuestra propia diversidad, sin embargo, tenemos esas rutas, esos conocimientos, ese saber qué está pasando, y lo debemos aprovechar para afianzar la unidad nacional desde la diversidad nacional.

Cada voz que va desde lo indoamericano hasta lo norteamericano ha tenido su propia carta política de presentación cuya escritura corresponde a tendencias, a reacciones geopolíticas, al momento cultural, y al papel de México entre la comunidad de naciones. Hablar de cultura en México es un tema mayor, no se trata sólo de la educación pública nacional, de las políticas culturales, de las artes o de las políticas públicas en beneficio de los pueblos indígenas o de los programas para la cultura urbana, se trata en cambio del modo en que nos representamos y ese modo de representación se traduce en conductas cotidianas concretas, en modos de actuar y decidir políticamente, así como en nuestra forma de convivir en comunidad.

Es evidente, que esta representación de la cultura nacional cambia de un espacio del territorio a otro, que no se puede medir del mismo modo el actuar de las personas frente a los asuntos públicos, y que hay espacios de amplia subjetividad a la hora de analizar el qué somos frente al cómo actuamos, en especial en materia política en sus nexos indisolubles con lo público.

Quienes nos identificamos como mexicanas y mexicanos, o como parte de la nación mexicana, tenemos un reconocimiento quizá universal sobre nuestra hospitalidad, sobre la generosidad con que actuamos con los demás en nuestros hogares,  también distinguen nuestras fiestas y ánimo de fiesta; los mexicanos ríen, bailan, se divierten cuando pueden y cuando no también; se trata de modos culturales férreos donde sobrevivir no es una necesidad, es una cotidianidad que se entrecruza con el festejo, lo lúdico y a veces hasta con el desinterés; en suma, se nos reconoce generosos, pródigos, capaces en lo individual de hacer una y mil cosas para agasajar a nuestras familias e invitados y, para mostrar maravillas que la vida nos regaló por nacer aquí.

Sin embargo, es tiempo de volver a las agendas pendientes, una de estas es la falta de reconocimiento a los derechos de los pueblos indígenas a sus territorios, recursos naturales, cultura, lengua, idiomas y tradiciones; mucho se ha hecho, es verdad, pero también lo es que nuevos intereses económicos nacionales e internacionales amenazan sus modos de producción, sus formas de existencia y su forma de relacionarse con el mundo; y en otros casos son víctimas  de la depredación, del despojo y del engaño.

Por otra parte, en el campo las cosas no son muy distintas, los ejidos reciben centavos por tierras que mañana valdrán millones; a los depredadores no les importa, que más allá de la tierra, con la salida de los campesinos se pierden legados culturales, música, tradiciones y valores; pero sobre todo se comprometen futuros posibles en un modo donde se necesitan y necesitarán más y mejores alimentos, donde se necesita de los saberes tradicionales de nuestros campesinos, donde se necesita un mejor sector agropecuario y agroindustrial que brinde oportunidades a los jóvenes, que son marginados del campo, de la escuela, de la ciudad y del trabajo, y que deben buscar en el envilecido país vecino alguna oportunidad.

Este tipo de acciones se repiten en las ciudades con la especulación inmobiliaria donde espacios -mal llamados viviendas de 60 metros cuadrados- se venden en millones, o donde la vivienda popular está en manos de grupos que pueden sacarte de tu casa el día que no vayas a una marcha, que te subordinan por años a seguir determinadas prácticas políticas para tener un patrimonio para tu familia; o bien con la apropiación de lo público por organizaciones de todo tipo, por los particulares que lucran con lo que es de todos, o con organizaciones que hacen de la vía pública una forma de control político, económico y hasta de enriquecimiento personal.

Este modo de actuar no tiene que ver con el mosaico de lo cultural nacional, sino con el mosaico de una forma de expresión, organización y construcción de lo político en donde reinan el egoísmo, el individualismo y la esquizofrenia política; la cultura política nacional tiene algunas de sus fuentes en un pasado autoritario, empero, las formas antes descritas de cultura y de acción política no tiene nada que ver con lo que nos identifica como nación pero tiende a reproducirse hasta afirmar personas generosas en lo individual pero ajenas a lo colectivo, distantes de lo público y ensimismadas en su propio beneficio.

El tema central del futuro está en nuestra capacidad de afirmarnos como nación, como parte de algo más grande, en donde podamos ver que nuestras conductas concretas sí tienen repercusiones en el todo colectivo, en donde podamos asumir que los actos egoístas sí lastiman a la nación, en donde podamos ver que lo que es de todos es lo que más se debe cuidar porque precisamente es de todos; en suma, hay una agenda desafiante para la reconstrucción de la política, y para construir una política con sentido de patria.

Contacto:

jorgealumbrerascastro@gmail.com

Patria, himno, bandera, historia común, nación, y diversidad de culturas, tradiciones, valores y lenguas son grandes basamentos de lo mexicano. Lo mexicano no es un todo monolítico y tampoco una sola versión de la realidad, quizá lo que distingue a la nación mexicana sea que personas con las más diversas características étnicas, lingüísticas, gastronómicas, económicas, sociales e incluso políticas, se asuman desde su propia representación como parte de una voz o si se quiere de un concepto que a la vez es símbolo, esto es, como mexicanos.  

El proyecto educativo que se edificó desde la década de los años treinta del siglo XX está en la base de nuestra representación como mexicanos, es decir, el proyecto educativo es nacional precisamente como forma a las nuevas generaciones como algo más grande, rico, diverso y magnífico que es la nación mexicana en su diversidad, tal es el legado de la cultura nacional que ha sido capaz de arropar a las más diversas manifestaciones del arte, la cultura, las tradiciones, las fiestas y los calendarios que conviven en México.

Este proceso de construcción del nosotros nacional no está exento de contradicciones, subordinaciones y franca marginación a determinadas culturas, incluso hemos sido testigos de algunas proclamas xenófobas y  hasta antisemitas, que sin embargo, se han diluido, aunque no por azar; nuestra creencia en el mestizaje supuso costos culturales, de incorporación y asimilación de nuestras diversidades no mestizas, sincréticas sí, mestizas no, al menos no en el sentido biologista como varias veces se llegó a plantear el tema. Pasamos de tendencias sobre nuestros orígenes de preservar los mundos indígenas hacia la expresión cambiante de esos mundos más allá de pensar en la asimilación. Hoy sabemos que las rutas de la convivencia en una sola nación ni pasan por crear museos de sitio con personas reales, ni tampoco por la asimilación forzosa.

En la historia reciente hemos vivido por decir así decirlo oleadas de representaciones en México y América Latina; se trata de distintas formas de autonombrarnos o de nombrarnos, a veces indoamericanos, otras iberoamericanos, otras más panamericanos, otras tantas americanos, y otras veces, aunque menos, norteamericanos.

México tiene agendas culturales pendientes, rutas de trabajo para la creación y recreación de la nación, así como movimientos sociales que claman por su propia definición, derechos y reconocimiento en el todo colectivo; se trata de graves deudas que debemos resolver para reconocernos en y desde los otros, y para abrir mayores espacios a nuestra propia diversidad, sin embargo, tenemos esas rutas, esos conocimientos, ese saber qué está pasando, y lo debemos aprovechar para afianzar la unidad nacional desde la diversidad nacional.

Cada voz que va desde lo indoamericano hasta lo norteamericano ha tenido su propia carta política de presentación cuya escritura corresponde a tendencias, a reacciones geopolíticas, al momento cultural, y al papel de México entre la comunidad de naciones. Hablar de cultura en México es un tema mayor, no se trata sólo de la educación pública nacional, de las políticas culturales, de las artes o de las políticas públicas en beneficio de los pueblos indígenas o de los programas para la cultura urbana, se trata en cambio del modo en que nos representamos y ese modo de representación se traduce en conductas cotidianas concretas, en modos de actuar y decidir políticamente, así como en nuestra forma de convivir en comunidad.

Es evidente, que esta representación de la cultura nacional cambia de un espacio del territorio a otro, que no se puede medir del mismo modo el actuar de las personas frente a los asuntos públicos, y que hay espacios de amplia subjetividad a la hora de analizar el qué somos frente al cómo actuamos, en especial en materia política en sus nexos indisolubles con lo público.

Quienes nos identificamos como mexicanas y mexicanos, o como parte de la nación mexicana, tenemos un reconocimiento quizá universal sobre nuestra hospitalidad, sobre la generosidad con que actuamos con los demás en nuestros hogares,  también distinguen nuestras fiestas y ánimo de fiesta; los mexicanos ríen, bailan, se divierten cuando pueden y cuando no también; se trata de modos culturales férreos donde sobrevivir no es una necesidad, es una cotidianidad que se entrecruza con el festejo, lo lúdico y a veces hasta con el desinterés; en suma, se nos reconoce generosos, pródigos, capaces en lo individual de hacer una y mil cosas para agasajar a nuestras familias e invitados y, para mostrar maravillas que la vida nos regaló por nacer aquí.

Sin embargo, es tiempo de volver a las agendas pendientes, una de estas es la falta de reconocimiento a los derechos de los pueblos indígenas a sus territorios, recursos naturales, cultura, lengua, idiomas y tradiciones; mucho se ha hecho, es verdad, pero también lo es que nuevos intereses económicos nacionales e internacionales amenazan sus modos de producción, sus formas de existencia y su forma de relacionarse con el mundo; y en otros casos son víctimas  de la depredación, del despojo y del engaño.

Por otra parte, en el campo las cosas no son muy distintas, los ejidos reciben centavos por tierras que mañana valdrán millones; a los depredadores no les importa, que más allá de la tierra, con la salida de los campesinos se pierden legados culturales, música, tradiciones y valores; pero sobre todo se comprometen futuros posibles en un modo donde se necesitan y necesitarán más y mejores alimentos, donde se necesita de los saberes tradicionales de nuestros campesinos, donde se necesita un mejor sector agropecuario y agroindustrial que brinde oportunidades a los jóvenes, que son marginados del campo, de la escuela, de la ciudad y del trabajo, y que deben buscar en el envilecido país vecino alguna oportunidad.

Este tipo de acciones se repiten en las ciudades con la especulación inmobiliaria donde espacios -mal llamados viviendas de 60 metros cuadrados- se venden en millones, o donde la vivienda popular está en manos de grupos que pueden sacarte de tu casa el día que no vayas a una marcha, que te subordinan por años a seguir determinadas prácticas políticas para tener un patrimonio para tu familia; o bien con la apropiación de lo público por organizaciones de todo tipo, por los particulares que lucran con lo que es de todos, o con organizaciones que hacen de la vía pública una forma de control político, económico y hasta de enriquecimiento personal.

Este modo de actuar no tiene que ver con el mosaico de lo cultural nacional, sino con el mosaico de una forma de expresión, organización y construcción de lo político en donde reinan el egoísmo, el individualismo y la esquizofrenia política; la cultura política nacional tiene algunas de sus fuentes en un pasado autoritario, empero, las formas antes descritas de cultura y de acción política no tiene nada que ver con lo que nos identifica como nación pero tiende a reproducirse hasta afirmar personas generosas en lo individual pero ajenas a lo colectivo, distantes de lo público y ensimismadas en su propio beneficio.

El tema central del futuro está en nuestra capacidad de afirmarnos como nación, como parte de algo más grande, en donde podamos ver que nuestras conductas concretas sí tienen repercusiones en el todo colectivo, en donde podamos asumir que los actos egoístas sí lastiman a la nación, en donde podamos ver que lo que es de todos es lo que más se debe cuidar porque precisamente es de todos; en suma, hay una agenda desafiante para la reconstrucción de la política, y para construir una política con sentido de patria.

Contacto:

jorgealumbrerascastro@gmail.com