Es observable en la vida social manifestaciones de conducta violenta la cual es desencadenada por múltiples factores. A continuación, describo algunos de ellos:
Desigualdad social: fenómeno vinculado a condiciones de pobreza y marginación o exclusión, variable que exige la mayor atención de los gobiernos en todos sus niveles, su abordaje estructural es inaplazable para su intervención estratégica. Como seres humanos no podemos ser indiferentes a la miseria y dolor ajenos. Esta condición no es reciente, es resultado de un proceso histórico del cual pareciera no haber acceso a la memoria y sólo anunciado en momentos electorales, en donde aparece como promesa su atención y condenada al olvido cuando se accede al poder público, inclusive cuando se ha diseñado una política pública que atienda a las causas aparecen voces que juzgan a las disposiciones públicas como clientelares en demérito del bienestar social. ¿Qué acaso la solidaridad con el otro no es propia de una sociedad y gobierno humanistas, que profesan el amor al prójimo?
Lo descrito resulta lesivo para nuestra condición como personas e incongruente ante la profecía bíblica de amar al prójimo como a ti mismo. Los valores que se promueven en la convivencia social son de carácter material, favoreciendo con ello la lucha y competencia salvaje que de igual manera incide en la formación del niño y del joven con una orientación de carácter acumulativa y necrofilica ampliamente expuesto por E. Fromm en su obra Psicoanálisis de la Sociedad contemporánea.
Pertinente resulta afirmar que el ejercicio del poder público requiere de hombres y mujeres con perfiles de formación con una sólida trayectoria de apropiación de principios ético humanista en donde sean sus virtudes el mejor garante de su vocación como servidores de su comunidad social que los eligió para tal fin.
Autoestima. Importante reconocer que la conducta violenta no es propia de una clase social como pudiera parecer en un primer plano de análisis, es decir, la conducta violenta se manifiesta en ricos y pobres, sin distingo de color o raza. Lo anterior es preciso dimensionar ya que es común dar a conocer hechos violentos en ciertos sectores de la sociedad como un fenómeno exclusivo propio de unos y ajeno de otros grupos sociales. Ello explica científicamente que la violencia se expresa en cualquier estrato social y que su etiología se vincula a la formación de la autoestima en el proceso de desarrollo infantil. Los psicólogos y pedagogos aportan marcos teóricos explicativos de la conducta violenta y su relación con el deterioro de la estructura afectivo/volitiva, cimiento del alojamiento de la autoestima.
La persona con autoestima baja será proclive a reaccionar de manera violenta ante la más mínima adversidad o frustración. Virginia Satir, estudiosa de las relaciones humanas argumenta ampliamente la tesis planteada.
El maestro en el aula reconoce los vacíos afectivos en sus educandos como un factor importante en la aparición de la violencia escolar. La desatención en la formación de la autoestima es un factor cada vez más explorado por la Psicología con lo cual se fundamenta la relevancia por diseñar políticas públicas en lo comunitario y educativo, dado que, en una reflexión serena de la anatomía social, se puede concluir que la formación de la niñez y juventud exigen de nuevas orientaciones y modelos educativos, al margen de recomendaciones simples y distorsionadas acerca del desarrollo infantil.
En el campo educativo considero recomendable generar espacios de formación en desarrollo humano para los maestros, cuyo propósito sea promover su autoconocimiento y manejo pertinente de su afectividad, con todo lo que ello implica, así como estimular sus recursos psicológicos en favor del proceso formativo integral de sus alumnos.
Comparto mi correo para continuar orientando a los interesados en temas relacionados a la salud emocional zavalafranciscoramirez@gmail.com
Francisco Javier Zavala Ramírez