/ domingo 10 de diciembre de 2023

Taras democráticas de nuestros partidos

Los partidos políticos en México cierran el año con visibles taras democráticas. Una vez designadas sus candidatas presidenciales (Claudia desde Palacio Nacional, Xóchitl con impulso ciudadano mayoritario que provino de fuera de los partidos), los dirigentes se aprestan a designar a demás candidatos por dedazo, sin deliberación ni elección de sus militantes. Ir en coalición ha sido contexto y pretexto para ningunear a éstos. Mafias controladoras partidistas deciden por sí y ante sí. Evitan el “gobierno por discusión”

En la historia del PAN, sus candidatos eran electos en convenciones democráticas intensas. La primera a la que asistí fue la convención nacional (noviembre de 1969), en que la mayoría eligió a Efraín González Morfín, quien ganó al bajacaliforniano Salvador Rosas Magallón (yo no pude votar por ser menor de edad). Se discutía, primero, si era pertinente o no participar en la elección, con oradores a favor y en contra, y se votaba. Luego se presentaba, discutía y aprobaba la plataforma política que contenía un diagnóstico de la problemática nacional y las líneas estratégicas de solución que el partido y su candidato ofrecían a la ciudadanía. Al final, se presentaban a los precandidatos registrados, con oradores a favor de cada uno, y seguía la votación, que para ser válida requería mayoría calificada (no fue lograda por precandidato alguno para elección de 1976; el del PRI se fue solo).

La tradición democrática se mantuvo en la elección de los candidatos Vicente Fox, Felipe Calderón y Josefina Vázquez Mota. Calderón le ganó a Creel, precandidato de Fox; Josefina le ganó a Cordero, precandidato de Calderón. Las esencias democráticas (discusión pública y elección) las hizo a un lado Ricardo Anaya, quien como presidente del partido usurpó todas las ventajas de hacerse con la candidatura presidencial. La coalición fue pretexto para evitar deliberación y votación abiertas de militantes. Hoy es tara.

En lo estatal sucedió algo similar. Yo competí contra Vicente por la candidatura a gobernador, en 1991. Éramos diputados federales de mayoría, él por distrito de León, yo por distrito de Coyoacán, en la Ciudad de México. Él dedicó los tres años de legislador a ser candidato a gobernador, yo al encargo de Luis H. Álvarez de conformar equipo que elaborara, presentara y negociara iniciativa de reforma político-electoral, demandada al presidente Salinas (de ahí nació el IFE, la ciudadanización de las casillas electorales por insaculación, la credencial con fotografía, el Tribunal Electoral calificador de elecciones, catálogo de delitos electorales). Ambos recorrimos el estado y tuvimos debates previos a la convención estatal donde él ganó. Luego Juan Carlos Romero ganó, por una nariz, a Eliseo Martínez, gran alcalde de León. Juan Manuel Oliva a Javier Usabiaga, exsecretario de Agricultura. Y Miguel Márquez a José Ángel Córdova, exsecretario de Salud. La crisis provocada por “El Yunque” y otros, con afiliaciones masivas para ganarle a los panistas en elecciones internas, dar la espalda a la ciudadanía y cerrar puertas a nuevos liderazgos, permitieron a últimos dos gobernadores imponer candidatura a sucederles. Y, de paso, al resto de candidaturas. Los otros partidos no nacieron con gen democrático. O nacieron desde el poder, o son partidos de masas controladas por minorías.

Esta es la tara que tiene nuestra actual “democracia”. Las argumentaciones deben ser parte importante de nuestra vida pública. La tradición del razonamiento público está en la raíz de las democracias: “brinda a los ciudadanos la oportunidad de participar en debates políticos e influir en las decisiones públicas. El voto es una manera de llevar a la práctica esos debates, cuando la oportunidad de votar se combina con la de hablar y escuchar sin temor alguno”. El alcance y la eficacia del voto depende muy especialmente de la posibilidad de existencia del debate público. Incrementa la información acerca de la sociedad, y nuestras prioridades elegidas en respuesta al debate público, y la cohesión ciudadana. Recuperemos el “gobierno por discusión”. A razonar con y por Xóchitl. Y a fundar partidos y refundar sistema de partidos, en vía argumentativa, luego.

Analista político y extitular del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública

@jalcants

Los partidos políticos en México cierran el año con visibles taras democráticas. Una vez designadas sus candidatas presidenciales (Claudia desde Palacio Nacional, Xóchitl con impulso ciudadano mayoritario que provino de fuera de los partidos), los dirigentes se aprestan a designar a demás candidatos por dedazo, sin deliberación ni elección de sus militantes. Ir en coalición ha sido contexto y pretexto para ningunear a éstos. Mafias controladoras partidistas deciden por sí y ante sí. Evitan el “gobierno por discusión”

En la historia del PAN, sus candidatos eran electos en convenciones democráticas intensas. La primera a la que asistí fue la convención nacional (noviembre de 1969), en que la mayoría eligió a Efraín González Morfín, quien ganó al bajacaliforniano Salvador Rosas Magallón (yo no pude votar por ser menor de edad). Se discutía, primero, si era pertinente o no participar en la elección, con oradores a favor y en contra, y se votaba. Luego se presentaba, discutía y aprobaba la plataforma política que contenía un diagnóstico de la problemática nacional y las líneas estratégicas de solución que el partido y su candidato ofrecían a la ciudadanía. Al final, se presentaban a los precandidatos registrados, con oradores a favor de cada uno, y seguía la votación, que para ser válida requería mayoría calificada (no fue lograda por precandidato alguno para elección de 1976; el del PRI se fue solo).

La tradición democrática se mantuvo en la elección de los candidatos Vicente Fox, Felipe Calderón y Josefina Vázquez Mota. Calderón le ganó a Creel, precandidato de Fox; Josefina le ganó a Cordero, precandidato de Calderón. Las esencias democráticas (discusión pública y elección) las hizo a un lado Ricardo Anaya, quien como presidente del partido usurpó todas las ventajas de hacerse con la candidatura presidencial. La coalición fue pretexto para evitar deliberación y votación abiertas de militantes. Hoy es tara.

En lo estatal sucedió algo similar. Yo competí contra Vicente por la candidatura a gobernador, en 1991. Éramos diputados federales de mayoría, él por distrito de León, yo por distrito de Coyoacán, en la Ciudad de México. Él dedicó los tres años de legislador a ser candidato a gobernador, yo al encargo de Luis H. Álvarez de conformar equipo que elaborara, presentara y negociara iniciativa de reforma político-electoral, demandada al presidente Salinas (de ahí nació el IFE, la ciudadanización de las casillas electorales por insaculación, la credencial con fotografía, el Tribunal Electoral calificador de elecciones, catálogo de delitos electorales). Ambos recorrimos el estado y tuvimos debates previos a la convención estatal donde él ganó. Luego Juan Carlos Romero ganó, por una nariz, a Eliseo Martínez, gran alcalde de León. Juan Manuel Oliva a Javier Usabiaga, exsecretario de Agricultura. Y Miguel Márquez a José Ángel Córdova, exsecretario de Salud. La crisis provocada por “El Yunque” y otros, con afiliaciones masivas para ganarle a los panistas en elecciones internas, dar la espalda a la ciudadanía y cerrar puertas a nuevos liderazgos, permitieron a últimos dos gobernadores imponer candidatura a sucederles. Y, de paso, al resto de candidaturas. Los otros partidos no nacieron con gen democrático. O nacieron desde el poder, o son partidos de masas controladas por minorías.

Esta es la tara que tiene nuestra actual “democracia”. Las argumentaciones deben ser parte importante de nuestra vida pública. La tradición del razonamiento público está en la raíz de las democracias: “brinda a los ciudadanos la oportunidad de participar en debates políticos e influir en las decisiones públicas. El voto es una manera de llevar a la práctica esos debates, cuando la oportunidad de votar se combina con la de hablar y escuchar sin temor alguno”. El alcance y la eficacia del voto depende muy especialmente de la posibilidad de existencia del debate público. Incrementa la información acerca de la sociedad, y nuestras prioridades elegidas en respuesta al debate público, y la cohesión ciudadana. Recuperemos el “gobierno por discusión”. A razonar con y por Xóchitl. Y a fundar partidos y refundar sistema de partidos, en vía argumentativa, luego.

Analista político y extitular del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública

@jalcants