/ sábado 23 de diciembre de 2017

China, el desafío de occidente

Aspira a poner el poder económico al servicio de una expansión estratégica

La sinología es una ciencia que procede con lentitud. Dos meses después del 19° congreso del Partido Comunista Chino (PCC), los expertos recién empiezan a reconocer que ese cónclave permitió al presidente Xi Jinping elevarse al nivel de Mao Zedong en el panteón del régimen, crear las condiciones para organizar su propia sucesión y -si prosperan sus proyectos- prolongar su presencia en el poder.

El resultado más significativo del congreso es la victoria estratégica de Xi, que obtuvo la confirmación del primer ministro Le Keqiang para un nuevo periodo de cinco años y, sobre todo impuso cinco nuevas figuras -todos de 60 a 67 años-  para completar el Buro Político de 7 miembros. Ninguno de ellos puede aspirar a su sucesión porque todos tendrán 65 años o más en 2022, cuando se defina la sucesión de XI. Las reglas no escritas del PCC post-maoísta fueron dictadas por el presidente Jiang Zemin antes de abandonar el poder en 2003 a fin de estabilizar las transiciones.

Ese canon estipula que todos los dirigentes deben retirarse del Comité Permanente al cumplir 68 años. La astucia de Xi reside en que los que tendrán menos de 58 en 2022, quedarán eliminados de la carrera a la presidencia porque en 2027 no podrán aspirar a un segundo mandato.

“Xi Jinping dinamitó las reglas de sucesión porque ningún responsable de la sexta generación figura en el Comité Permanente del Buró Político. El modelo de sucesión actual hubiera impuesto cooptar dos miembros de esa generación a la cúspide del poder para prepararlos a la transición”, explica la sinóloga Alice Miller. 

El presidente también cooptó al Comité Permanente del Buró Político a Wang Hunin (62 años), que se perfiló claramente como principal ideólogo del régimen, pero que no aparece como un rival, sino como un fiel aliado. A partir de ahora estará a cargo de la ideología, la propaganda y la organización del PCC.

El otro detalle significativo es que Xi Jinping parece haber acordado más tiempo de preparación a su protegido Chen Min’er, que surge como su delfín potencial. Chen (57) fue ascendido al restringido club de 25 miembros que integran el Buró Político. Ese prudente movimiento puede ser interpretado como una forma de protegerlo de todo cuestionamiento antes de que pueda acceder a la dirección para evitar que le ocurra el mismo accidente que sufrieron Bo Xilai y “toda su camarilla”, acusados de corrupción y de haber fomentado un complot antes del acceso al poder de Xi Jinping en 2012, según Cheng Li, sinólogo de la BrookingInstitution.

Ese posicionamiento de piezas en el sutil tablero del ajedrez político deja abierta la puerta para que, gracias a una modificación del canon de la sucesión, Xi pueda maniobrar para prolongar su mandato por otros cinco años. También es posible que se construya un lugar de privilegio en el paraíso doctrinario que le acuerde funciones de “conductor supremo” por encima de las estructuras políticas.

El trampolín para propulsarse a esa posición inédita fue la inscripción de una fórmula sacramental en la Carta del PCC. A partir de ahora, “el pensamiento de Xi Jinping, del socialismo de características chinas para una nueva era” figura junto a los otros dogmas que rigen la ideología del partido: el pensamiento de Mao Zedong, la teoría de Deng Xiapoing, el “pensamiento importante de las tres representatividades” acuñado por Jiang Zemin y el “concepto del desarrollo científico” de Hu Jintao.

La noción “nueva era” teorizada por Xi es una representación ideológica de lo que, en términos geopolíticos, se podría llamar la “resurrección de China” y su ambición de recuperar el lugar “natural” como potencia que tenía el Imperio del Medio. La China de Xi Jinping desborda de confianza y aspira a dejar de ser la factoría del mundo -fabricante de juguetes, textiles y electrodomésticos baratos, y maquiladora electrónica- para lanzarse a competir en los dominios más sensibles de la nueva economía: China, que está punto de ser reconocida como un gigante científico, en 25 años debe rivalizar con las grandes potencias industriales de Occidente en inteligencia artificial, robótica, energías renovables y biotecnologías.

Xi aspira a poner el poder económico y financiero acumulado en los últimos 30 años al servicio de una expansión estratégica. Ese ambicioso proyecto se insinúa –apenas- con la construcción de las “nuevas rutas de la seda”, que le permite extender progresivamente su influencia comercial, económica, geopolítica y… Los puntos suspensivos marcan todos los interrogantes que abre el constante incremento de su presupuesto militar. La “nueva era” de Xi ya no traduce la posición de una potencia asiática, sino que representa el “pensamiento” de una potencia planetaria y constituye un desafío para Occidente.

La sinología es una ciencia que procede con lentitud. Dos meses después del 19° congreso del Partido Comunista Chino (PCC), los expertos recién empiezan a reconocer que ese cónclave permitió al presidente Xi Jinping elevarse al nivel de Mao Zedong en el panteón del régimen, crear las condiciones para organizar su propia sucesión y -si prosperan sus proyectos- prolongar su presencia en el poder.

El resultado más significativo del congreso es la victoria estratégica de Xi, que obtuvo la confirmación del primer ministro Le Keqiang para un nuevo periodo de cinco años y, sobre todo impuso cinco nuevas figuras -todos de 60 a 67 años-  para completar el Buro Político de 7 miembros. Ninguno de ellos puede aspirar a su sucesión porque todos tendrán 65 años o más en 2022, cuando se defina la sucesión de XI. Las reglas no escritas del PCC post-maoísta fueron dictadas por el presidente Jiang Zemin antes de abandonar el poder en 2003 a fin de estabilizar las transiciones.

Ese canon estipula que todos los dirigentes deben retirarse del Comité Permanente al cumplir 68 años. La astucia de Xi reside en que los que tendrán menos de 58 en 2022, quedarán eliminados de la carrera a la presidencia porque en 2027 no podrán aspirar a un segundo mandato.

“Xi Jinping dinamitó las reglas de sucesión porque ningún responsable de la sexta generación figura en el Comité Permanente del Buró Político. El modelo de sucesión actual hubiera impuesto cooptar dos miembros de esa generación a la cúspide del poder para prepararlos a la transición”, explica la sinóloga Alice Miller. 

El presidente también cooptó al Comité Permanente del Buró Político a Wang Hunin (62 años), que se perfiló claramente como principal ideólogo del régimen, pero que no aparece como un rival, sino como un fiel aliado. A partir de ahora estará a cargo de la ideología, la propaganda y la organización del PCC.

El otro detalle significativo es que Xi Jinping parece haber acordado más tiempo de preparación a su protegido Chen Min’er, que surge como su delfín potencial. Chen (57) fue ascendido al restringido club de 25 miembros que integran el Buró Político. Ese prudente movimiento puede ser interpretado como una forma de protegerlo de todo cuestionamiento antes de que pueda acceder a la dirección para evitar que le ocurra el mismo accidente que sufrieron Bo Xilai y “toda su camarilla”, acusados de corrupción y de haber fomentado un complot antes del acceso al poder de Xi Jinping en 2012, según Cheng Li, sinólogo de la BrookingInstitution.

Ese posicionamiento de piezas en el sutil tablero del ajedrez político deja abierta la puerta para que, gracias a una modificación del canon de la sucesión, Xi pueda maniobrar para prolongar su mandato por otros cinco años. También es posible que se construya un lugar de privilegio en el paraíso doctrinario que le acuerde funciones de “conductor supremo” por encima de las estructuras políticas.

El trampolín para propulsarse a esa posición inédita fue la inscripción de una fórmula sacramental en la Carta del PCC. A partir de ahora, “el pensamiento de Xi Jinping, del socialismo de características chinas para una nueva era” figura junto a los otros dogmas que rigen la ideología del partido: el pensamiento de Mao Zedong, la teoría de Deng Xiapoing, el “pensamiento importante de las tres representatividades” acuñado por Jiang Zemin y el “concepto del desarrollo científico” de Hu Jintao.

La noción “nueva era” teorizada por Xi es una representación ideológica de lo que, en términos geopolíticos, se podría llamar la “resurrección de China” y su ambición de recuperar el lugar “natural” como potencia que tenía el Imperio del Medio. La China de Xi Jinping desborda de confianza y aspira a dejar de ser la factoría del mundo -fabricante de juguetes, textiles y electrodomésticos baratos, y maquiladora electrónica- para lanzarse a competir en los dominios más sensibles de la nueva economía: China, que está punto de ser reconocida como un gigante científico, en 25 años debe rivalizar con las grandes potencias industriales de Occidente en inteligencia artificial, robótica, energías renovables y biotecnologías.

Xi aspira a poner el poder económico y financiero acumulado en los últimos 30 años al servicio de una expansión estratégica. Ese ambicioso proyecto se insinúa –apenas- con la construcción de las “nuevas rutas de la seda”, que le permite extender progresivamente su influencia comercial, económica, geopolítica y… Los puntos suspensivos marcan todos los interrogantes que abre el constante incremento de su presupuesto militar. La “nueva era” de Xi ya no traduce la posición de una potencia asiática, sino que representa el “pensamiento” de una potencia planetaria y constituye un desafío para Occidente.

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