/ viernes 27 de diciembre de 2019

Si las paredes hablaran... "Dígale a mi hijo que aquí estamos"

Crónica de una audiencia en los Juzgados de Oralidad

LEÓN, GTO.- Las mañanas de diciembre son más frías cuando inician en un tribunal, entre paredes que podrían ser capaces de contar toda clase de historias.

Es la Sala 5 de los Juzgados de Oralidad en León, dos inculpados al frente de poco más de 15 personas que ocupan absolutamente todos los lugares disponibles; los presentes son en su mayoría familiares o amigos de los acusados. La familia de la víctima no asiste.

El caso es un homicidio, el de un joven de 19 años de edad de nombre Ernesto. Fue apuñalado tras una riña en las afueras de un bar de la calle Pedro Moreno en la Zona Centro, el polígono turístico de vida nocturna más importante de la localidad. Los dos inculpados de desempeñaban aparentemente como guardias de seguridad del recinto.

La audiencia estaba programada a las 9:30 pero arrancó hasta las 10. Los minutos de retraso resultan extrañamente más largos de lo normal.

Se abre la sesión. Los dos presuntos responsables optan por cambiar a su defensor de oficio para designar a dos abogados privados a casi 16 horas para la conclusión del término de 72 que les fue otorgado para recabar más elementos en la investigación.

Un par de pausas obligan a abandonar y reingresar a la sala; esos momentos son aprovechados por los acusados para voltear, dejando de lado la discreción que la juez exige, y poder conectar con una mirada prolongada a sus familiares, una mirada que dice más de lo que cualquier palabra podría decir, una mirada que seguramente sólo se puede dar en lugares como este, donde el futuro depende de otras manos y de otras voces.

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Afuera es una montaña rusa de emociones vibrantes en cada receso; primero la confianza es latente entre los familiares de los inculpados, intercambian puntos de vista y definen estrategias seguros de que todo saldrá bien.

Pero después llegan los largos lapsos de silencio con las miradas al piso, sin saber realmente qué es lo que viene.

“Dígale a mi hijo que aquí estamos”, dice el padre de uno de los acusados aprovechando que un abogado se asomó por la puerta durante una pausa de 20 minutos que se convirtió casi en 40.

Dentro de la sala el silencio reina de nuevo. Todo es atender a la jueza, responder y escuchar.

El tiempo se agota y la defensa hace una jugada predecible pero necesaria: la duplicidad del término les dará la oportunidad de que sus representantes indaguen y presenten más pruebas y testimonios el próximo sábado, cuando la audiencia se reanude.

LEÓN, GTO.- Las mañanas de diciembre son más frías cuando inician en un tribunal, entre paredes que podrían ser capaces de contar toda clase de historias.

Es la Sala 5 de los Juzgados de Oralidad en León, dos inculpados al frente de poco más de 15 personas que ocupan absolutamente todos los lugares disponibles; los presentes son en su mayoría familiares o amigos de los acusados. La familia de la víctima no asiste.

El caso es un homicidio, el de un joven de 19 años de edad de nombre Ernesto. Fue apuñalado tras una riña en las afueras de un bar de la calle Pedro Moreno en la Zona Centro, el polígono turístico de vida nocturna más importante de la localidad. Los dos inculpados de desempeñaban aparentemente como guardias de seguridad del recinto.

La audiencia estaba programada a las 9:30 pero arrancó hasta las 10. Los minutos de retraso resultan extrañamente más largos de lo normal.

Se abre la sesión. Los dos presuntos responsables optan por cambiar a su defensor de oficio para designar a dos abogados privados a casi 16 horas para la conclusión del término de 72 que les fue otorgado para recabar más elementos en la investigación.

Un par de pausas obligan a abandonar y reingresar a la sala; esos momentos son aprovechados por los acusados para voltear, dejando de lado la discreción que la juez exige, y poder conectar con una mirada prolongada a sus familiares, una mirada que dice más de lo que cualquier palabra podría decir, una mirada que seguramente sólo se puede dar en lugares como este, donde el futuro depende de otras manos y de otras voces.

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Afuera es una montaña rusa de emociones vibrantes en cada receso; primero la confianza es latente entre los familiares de los inculpados, intercambian puntos de vista y definen estrategias seguros de que todo saldrá bien.

Pero después llegan los largos lapsos de silencio con las miradas al piso, sin saber realmente qué es lo que viene.

“Dígale a mi hijo que aquí estamos”, dice el padre de uno de los acusados aprovechando que un abogado se asomó por la puerta durante una pausa de 20 minutos que se convirtió casi en 40.

Dentro de la sala el silencio reina de nuevo. Todo es atender a la jueza, responder y escuchar.

El tiempo se agota y la defensa hace una jugada predecible pero necesaria: la duplicidad del término les dará la oportunidad de que sus representantes indaguen y presenten más pruebas y testimonios el próximo sábado, cuando la audiencia se reanude.

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