En los accesos controlados en la Zona Peatonal de León basta con indicarle a oficial de Policía a qué va y lo dejan pasar.
La vallas son precisamente para que no entren familias; para que solo ingrese una persona, pero casi todos llegan acompañados y ¡¿Cómo no?! Sí pasan... Porque sí se puede…
Si bien es cierto que ya hay menos gente caminando por las calles de esta ciudad, todavía hay muchas personas realizando pendientes en esta área.
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Pero ya son contados los negocios que continúan abiertos. Si acaso, una distribuidora de teléfonos celulares, una bisutería, una tienda de accesorios para celulares y una departamental donde hay más empleados que compradores y una de maletas que anuncia jugosas ofertas.
El flujo de personas por horario cambia. Hay momentos en que se ve mucha pero hay otros en que no se ve a nadie más que el encargado de un local, a la entrada, esperando a nadie.
Son como dos mundos en un solo espacio: el de aquellos que acatan las recomendaciones y se quedan en casa y el de los que quieren a disfrutar del sol y el aire y la tranquilidad.
El ambiente es diferente, huele a tristeza aunque los sonidos que se escuchen sean de los pajaritos.
Un bolero, adulto muy mayor espera a que caiga un cliente; metros adelante, un compañero de él en las misma situación.
Aquellos que entran a la Zona Peatonal dicen que van a realizar pagos, o a recoger algo. Se topan con un policía amable y bonachón que sin chistar permite el acceso de todos.
Adentro, un grupo de mujeres policías con altavoces y cubrebocas regañan a quienes caminar sin la protección de éste y pregunta de manera altanera “¿qué está haciendo aquí?”
Ningún día ha sido igual. De a poco se han ido bajando las cortinas de acero. Los que abrieron, después de algunas horas prefirieron hacer lo mismo.