/ martes 24 de marzo de 2020

Para doña Teresa, quedarse en casa por coronavirus no es una opción

A pesar de pertenecer al sector más vulnerable de esta pandemia, si no sale a trabajar un día, se queda sin comer

Es la 01:20 de la tarde y mientras México y el mundo se vuelcan con la pandemia el COVID-19, la señora Teresa Rosas sigue vendiendo sus papas fritas en el Centro Histórico de León como lo ha hecho durante los últimos 30 años, pues tiene que conseguir para comer.

Tiene 74 años, edad que las autoridades de Salud han considerado como un sector vulnerable ante la situación por la facilidad que tiene para adquirir el virus, pero nadie, ni ninguna autoridad, se ha acercado a ella y a su esposo a preguntarles cómo se sienten ante la situación.

Su esposo que al igual es vendedor ambulante y cumple con las mismas características de vulnerabilidad, además de una hija de 35 años de edad que padece de síndrome de Down.

A su edad, trabaja más de 8 horas diarias, en la mañana sale de su casa ubicada en la colonia Morelos, mejor conocida como “El Guaje”, ubicada en una periferia de la ciudad, antes de las 08:00 para llegar al punto de venta en la calle 5 de Mayo casi esquina con bulevar Adolfo López Mateos a las 09:00.

Ahí, en compañía de su hija, pasa el resto del día, en promedio más de 11 horas, pues se levanta del puesto hasta las 08:30 de la noche, de lunes a domingo y no descansa, ya que si no trabaja no tiene que comer.

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Lo mismo aplicar durante los últimos días donde el mundo se ha volcado ante la noticia del coronavirus, pero ella, aislada, en su mundo, escuchando su radio portátil, tiene fe en que nada le pasara ni a ella ni a su familia y dejar trabajar no es una opción, pues de eso vive.

“¿Y luego qué voy a comer? Tengo hambre” fueron unas de las palabras que dijo ante la situación.

Sin embargo, a medida de lo posible, trata de tener los cuidados sanitarios, su hija Elvia tiene un cobrebocas el cual se quita para poder respirar y entre su mercancía, donde predominan las papas y los garapiñados, tiene un frasco de gel antibacterial para los clientes que quieran untarse en las manos, pues además de todo se encuentra expuesta en una parada de camiones públicos.

Doña Teresa es vulnerable, pero ella no lo sabe, ella sólo sabe que tiene que salir a trabajar como muchos ciudadanos que viven del comercio.

Es la 01:20 de la tarde y mientras México y el mundo se vuelcan con la pandemia el COVID-19, la señora Teresa Rosas sigue vendiendo sus papas fritas en el Centro Histórico de León como lo ha hecho durante los últimos 30 años, pues tiene que conseguir para comer.

Tiene 74 años, edad que las autoridades de Salud han considerado como un sector vulnerable ante la situación por la facilidad que tiene para adquirir el virus, pero nadie, ni ninguna autoridad, se ha acercado a ella y a su esposo a preguntarles cómo se sienten ante la situación.

Su esposo que al igual es vendedor ambulante y cumple con las mismas características de vulnerabilidad, además de una hija de 35 años de edad que padece de síndrome de Down.

A su edad, trabaja más de 8 horas diarias, en la mañana sale de su casa ubicada en la colonia Morelos, mejor conocida como “El Guaje”, ubicada en una periferia de la ciudad, antes de las 08:00 para llegar al punto de venta en la calle 5 de Mayo casi esquina con bulevar Adolfo López Mateos a las 09:00.

Ahí, en compañía de su hija, pasa el resto del día, en promedio más de 11 horas, pues se levanta del puesto hasta las 08:30 de la noche, de lunes a domingo y no descansa, ya que si no trabaja no tiene que comer.

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Lo mismo aplicar durante los últimos días donde el mundo se ha volcado ante la noticia del coronavirus, pero ella, aislada, en su mundo, escuchando su radio portátil, tiene fe en que nada le pasara ni a ella ni a su familia y dejar trabajar no es una opción, pues de eso vive.

“¿Y luego qué voy a comer? Tengo hambre” fueron unas de las palabras que dijo ante la situación.

Sin embargo, a medida de lo posible, trata de tener los cuidados sanitarios, su hija Elvia tiene un cobrebocas el cual se quita para poder respirar y entre su mercancía, donde predominan las papas y los garapiñados, tiene un frasco de gel antibacterial para los clientes que quieran untarse en las manos, pues además de todo se encuentra expuesta en una parada de camiones públicos.

Doña Teresa es vulnerable, pero ella no lo sabe, ella sólo sabe que tiene que salir a trabajar como muchos ciudadanos que viven del comercio.

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